Ecos del desierto
de Silvia Dubovoy
Jesús Guerra
El libro está escrito como cartas a Tlaladi Vi, y no es sino hasta la
mitad del volumen que nos enteramos de que Tlaladi Vi significa «viento
protector». Las cartas están escritas por Miguel Contreras, un muchacho de
Oaxaca, de un pueblito llamado Cuicatlán, que vive con su mamá, su papá y su
hermana menor, Carmelita. El papá de Miguel hace ladrillos, y Miguel sabe que
si se queda ahí su futuro será hacer ladrillos también. Pero él quiere otra
cosa, otro futuro, aunque de momento no sabe qué. Pero un día, aprovechando que
tiene tíos y tías en Phoenix, Arizona, decide que se quiere ir para allá. A sus
papás no les gusta la idea, pero saben que su hijo tiene derecho a forjarse un
futuro. Así que se comunican con los tíos de Phoenix, y éstos les recomiendan a
un hombre al que conocen bien para que pase a Miguel por la frontera.
El papá de Miguel consigue prestada la mitad del dinero del viaje y
los tíos pagarán la otra parte, a la llegada de Miguel. Así, Miguel se va en
autobús hasta la ciudad de Nogales, Sonora, en la frontera norte del país. Allá
lo busca el hombre recomendado por sus tíos, llamado Martín, y unos días
después, cuando ya está el grupo completo, se van por el desierto rumbo a la
frontera. El viaje es peligrosísimo, por los animales y los insectos del desierto,
por el calor que hace de día, que a veces sube hasta 60 grados centígrados, por
la fuerza del sol, por el cansancio, pues aunque viajan de noche (para evitar
el calor y para que, ya cerca de la frontera, no los vean los agentes
norteamericanos), van cargados con comida y con agua, además de que es difícil
ver por dónde van aunque haya luna llena. Son varias noches de caminata,
recorren muchos kilómetros.
A Miguel se le encajan unas espinas que atraviesan la suela de sus
tenis. Dos señoras del grupo lo curan y le ponen una pomada. Esas heridas le
complican mucho el resto del viaje al joven oaxaqueño. Lo único que lo sostiene
en los peores momentos es el recuerdo de sus padres y de su hermana, su sueño
de un futuro mejor en los Estados Unidos, y la música que toca él mismo en una
pequeña flauta de barro hecha por su mamá, y que le regaló cuando él era un
niño.
Al llegar al muro que marca la frontera, Martín se asoma —pues por el
lado mexicano el muro ha sido arreglado, por las personas que cruzan a los
migrantes, para que tenga escalones—, y cuando ve que la persona que lo ayuda y
que está del lado de los Estados Unidos le hace unas señales luminosas, les da
la orden de cruzar. Lo tienen que hacer por grupos pequeños. Del otro lado, por
supuesto, no hay escalones y tienen que saltar. La indicación es saltar, correr
y esconderse entre los matorrales. Martín lo logra a pesar de las heridas de
sus pies. No todos los del grupo lo pueden hacer. Algunos caen mal, se
lastiman, y para cuando se levantan los detienen agentes norteamericanos que
patrullan los puntos de cruce de la frontera. Más tarde, pasa a recogerlos un
amigo de Martín. Y todavía falta el viaje hasta Phoenix...
Cuando Miguel llega a la casa de sus tíos se sorprende: la casa es muy
grande y tiene muchas comodidades. Y, además, porque los tíos que conocía como
Guillermo, Teresa, Antonio y María, allá se llaman Will, Terry, Tony y Mary. Y
ellos lo llaman Mike.
Sus tíos son jardineros y tienen su propia empresa. Arreglan jardines
de casas, de negocios y hasta de campos de golf. Les va muy bien y Miguel, es
decir Mike, trabaja con ellos. Es importante subrayar que Miguel es un joven
inteligente, talentoso, atento, y muy disciplinado. Quería irse a los Estados
Unidos con sus tíos, y lo logró. Junto dinero, le pagó a su papá y a sus tíos
el dinero de su viaje, tomó clases de inglés, y luego de más de un año de vivir
y trabajar con sus tíos se dio cuenta que aún no alcanzaba lo que quería...
Pero ya no les cuento nada más. Si quieren saber qué quería Miguel
para su futuro, y todo lo que tuvo que hacer para lograrlo, tienen que leer
este estupendo e interesantísimo relato.
Silvia Dubovoy es una escritora mexicana que se ha desempeñado como
investigadora en la UNAM. Comenzó a escribir relatos para niños y jóvenes a
raíz del nacimiento de sus nietos. Las espléndidas ilustraciones de este
volumen son de René Almanza, un artista visual nacido en Monterrey, Nuevo León.
. . . . . . . . . . . . . . .
Ecos del desierto. Silvia
Dubovoy. Ilustraciones de René Almanza. Fondo de Cultura Económica, colección A
la Orilla del Viento (1a. edición: 2007; 6a. reimpresión: 2017). Clasificación:
Para los que leen bien. 64 págs.
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