Olalla y El diablo de la botella
de Robert Louis Stevenson
Jesús Guerra
Recientemente les recomendé en este blog la novela de aventuras La isla del tesoro y los cuentos «Los ladrones de cadáveres» y «Markheim», del
extraordinario escritor escocés Robert Louis Stevenson (1850-1894). En esta
ocasión les recomiendo otros dos cuentos: «El diablo de la botella» y «Olalla».
«El diablo de la botella» se publicó por primera vez en revistas de
Estados Unidos y de Inglaterra en el año de 1891. El personaje central de este
cuento es un hombre al quien el narrador llama Keawe, aunque aclara que ese no
es su verdadero nombre. Keawe vive en la isla de Hawai y un día decide salir a
conocer el mundo, así que se embarca para San Francisco. Ahí, paseando, llega a
un sector de casas muy bellas y sumamente caras, y al admirar una de ellas se
da cuenta que en el interior se encuentra un hombre que se ve muy triste y
preocupado, lo cual le parece extraño pues piensa que si él tuviera una casa
así, sería un hombre feliz.
El hombre también ve a Keawe y lo invita a pasar. Le muestra la casa y
platican. Finalmente, el hombre le cuenta cómo llegó a tener esa casa y todo el
dinero que tiene. Se debe a una botella en la que se encuentra un diablo. Ese
diablo le cumple los deseos a quien posea la botella, pero tiene un peligro
enorme: si el dueño de la botella muere, queda automáticamente condenado al
infierno. Y además de ese peligro, para deshacerse de la botella hay varias
reglas imposibles de romper. La primera es que es necesario que alguien la
compre y lo haga con dinero acuñado, es decir con monedas reales. Si el dueño
simplemente deja la botella en alguna parte, la botella mágicamente vuelve a la
persona. Segundo, siempre se debe de vender la botella a un precio inferior al
que fue adquirida. Además, la botella no puede ser destruida.
Keawe pregunta si puede intentar romperla. Lo intenta, y aunque
evidentemente es de vidrio, no se rompe. Es blanca, y sólo se aprecia una
especie de niebla de colores en el interior, en perpetuo movimiento. A Keawe no
le parece mala la idea de comprarla pues de ser cierto lo que el hombre le
dice, él también podría tener una casa grande y bella en su país. El hombre le
dice que la botella antes se vendía por millones de dólares, pero que el precio,
por esa regla de la venta a un precio inferior, ha ido bajando. Le pregunta a
Keawe cuánto dinero trae, y él dice que sólo 50 dólares. Así Keawe adquiere la
botella por esa suma. Keawe hace pruebas. Primero pide recuperar sus 50
dólares, lo cual sucede de manera instantánea. Luego intenta abandonar la
botella en la calle, pero al doblar la esquina la botella está ya en la bolsa
de su saco. Así, comprueba que los poderes son reales.
Piensa entonces en la casa que le gustaría tener en su pueblo, y se
embarca de inmediato de regreso. Al llegar se entera que un tío y un primo
suyos murieron hace poco tiempo en un accidente, y que su tío le dejó a él un
gran terreno y mucho dinero. No le gusta la manera en que ese dinero llegó a sus
manos pero no puede hacer nada para remediarlo. Así que manda construir la casa
de sus sueños. Un amigo suyo a quien le cuenta todo le dice que él le comprará
la botella porque quiere un barco, pero que de inmediato la venderá. De esta
manera, la botella sale de la vida de Keawe. Y él está contento. Hasta que se
enamora de una joven guapa y dulce y decide casarse con ella. Pero por esos
días se da cuenta de que se ha enfermado de lepra, y como no quiere perder a su
amada, decide rastrear de nuevo la botella. La busca y la busca, y cuando por
fin la encuentra se topa con un problema muy serio: al pasar de dueño en dueño,
el valor de la botella ha disminuido tanto que es ahora de tan sólo tres
centavos, así que si él quisiera venderla después, costaría tan sólo dos
centavos, y a quien pagara por ella le sería imposible deshacerse de la botella
porque ya nadie se la compraría... pero Keawe está enamorado. Ya no les puedo
contar más. Sólo les puedo recomendar que busquen este importantísimo cuento de
Robert Louis Stevenson, lo lean y lo disfruten.
El otro relato de Stevenson que les recomiendo es «Olalla», el cual
fue publicado en una revista en 1885, y en libro en 1887. El relato está
ubicado en España en los años de la Guerra Peninsular, una guerra en la que se
aliaron España, Portugal e Inglaterra para luchar contra la Francia de
Napoleón. Un soldado inglés, del que nunca sabemos el nombre, está herido en un
hospital español y, por sugerencia del médico, busca hospedarse en algún sitio
de las montañas mientras se repone. Le consiguen alojamiento en una mansión
antigua y parcialmente en ruinas propiedad de una familia española en
decadencia. La familia, compuesta sólo por la madre, la hija (llamada Olalla) y
el hijo (Felipe), acepta darle alojamiento pagado, con la extraña condición de
que no busque relacionarse con ninguno de los tres. Sin embargo como Felipe es
quien va a recoger al soldado y narrador de la historia, comienza a
establecerse una especie de relación amistosa entre ambos, aunque en realidad
Felipe es un joven mentalmente lento y tiene ciertas actitudes extrañas.
Con el paso de los días, el soldado también establece un cierto
contacto con la madre de la familia, pues la mujer tiene la costumbre de
recostarse a tomar el sol en uno de los patios de la casona. El solado, al salir
a caminar, la saluda. A veces hablan un poco más, pero al soldado le inquieta
la mujer pues siente que los ojos de la señora no muestran sino un vacío de
comprensión.
Una noche despiertan al soldado unos gritos espantosos provenientes de
la parte principal de la mansión. Al principio no sabe si son gritos humanos o
de algún animal salvaje. Y cuando trata de salir de su habitación para
averiguar qué sucede se da cuenta de que ha sido encerrado.
Olalla, la hermana de Felipe, es la última a la que conoce, y cuando
la ve se queda prendado de ella, le parece una mujer tan hermosa que se enamora
de inmediato. Sin embargo, Olalla es muy callada y al parecer una mujer
extremadamente religiosa. El soldado no sabe qué hacer. Un día, finalmente,
habla con Olalla, pero ella le dice que lo mejor es que él se vaya de ahí.
Olalla lo que intenta es evitar que suceda lo que evidentemente sucede después
y que no les contaré.
Como he señalado, los cuentos de Robert Louis Stevenson pueden
conseguirse en una gran cantidad de libros, a veces uno solo, en otras
ocasiones varios cuentos en un volumen, sin embargo hoy les recomiendo un libro
que les permitirá tener y leer todos los relatos de este escritor. Se llama,
obviamente, Cuentos completos de Robert Luis Stevenson, y la edición
cuenta con unas ilustraciones sensacionales de Alexander Jansson. Está
publicado por la Editorial Mondadori, del grupo Penguin Random-House y tiene
casi mil páginas. Hay que señalar que existe también la versión electrónica de
este libro, más económica, y se puede encontrar en diversas librerías
digitales, entre ellas iBooks —para leer en iPods, iPhones, iPads y
computadoras Mac—, y en Google Play, para leer en computadoras con Windows,
Chromebooks, tablets y teléfonos con sistema Android.
Este libro de los Cuentos completos contiene los siguientes
relatos:
* El club de los suicidas
* El diamante del Rajá
* El pabellón de las dunas
* Un sitio donde pasar la noche
* La puerta del señor de Malétroit
* La providencia y la guitarra
* Los juerguistas
* Will el del molino
* Markheim
* Janet la contrahecha
* Olalla
* El tesoro de Franchard
* La playa de Falesá
* El diablo de la botella
* La isla de las voces
* Una vieja canción
* Historia de una mentira
* El ladrón de cadáveres
* Las desventuras de John Nicholson, y
* El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde (que yo
consideraría más bien una novela corta).
Estamos hablando de 20 cuentos estupendos de muy diversas extensiones,
toda la narrativa breve de Stevenson en un solo volumen, que de verdad me
parece fundamental para cualquier lector, y en particular para los lectores
jóvenes.
. . . . . . . . . . . . . . .
Cuentos completos (edición ilustrada por Alexander
Jansson). Robert Louis
Stevenson. Traducción de Miguel Temprano García. Editorial Mondadori. 2011. 960
págs.
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