jueves, 30 de abril de 2020

Los zapatos de fierro, de Emilio Carballido





Los zapatos de fierro
de Emilio Carballido

Jesús Guerra

Los zapatos de fierro es un cuento tradicional, aunque no sé de dónde provenga, ni lo sabía tampoco el autor, Emilio Carballido (dramaturgo y narrador, 1925-2008), quien escribió en el breve prólogo del libro que este cuento se lo contaba a su abuela su nana, que a su vez lo había escuchado de niña, así que el autor calcula que el cuento debe de ser anterior a Miguel Hidalgo. «Oí el cuento toda mi infancia, con otro tesoro de relatos que sabía decir mi abuela espléndidamente. [...] Si todos los fui encontrando impresos años más tarde, o me los regaló ella misma en libros, para que los leyera, éste de los zapatos no apareció nunca. [...] Y lo escribí. [...] Como es de rigor, he puesto detalles de mi cosecha. Y he conservado la atmósfera jarocha, de río Papaloapan, con que sus narradores lo ambientaron».

Los zapatos de fierro nos cuenta la historia de María, la menor de tres hermanas de una familia muy pobre. Mientras que el padre trabajaba en el campo, la madre cocinaba, y las hermanas eran las encargadas de lavar la ropa en el río. Un día iba la mayor a lavar un bulto de ropa, al día siguiente le tocaba a la de en medio, y al día siguiente a la menor, y al siguiente día volvían a empezar. Hasta que una vez le pasó una cosa muy extraña a la mayor: se dio cuenta que una lechuguilla que iba flotando en el río no seguía la corriente, como todas las demás cosas que arrastraban las aguas. Esta lechuguilla bajaba por la corriente y luego subía en contra, se acercaba a la orilla y luego se iba hasta el centro del río. La muchacha intentó agarrarla, pero terminó tirando la ropa al agua.

En la noche, la muchacha se lo platicó a sus hermanas y éstas pensaron que eso no era posible. Pero al día siguiente le sucedió lo mismo a la hermana de en medio y ésta perdió toda la ropa, con el consiguiente enojo de su mamá. Cuando llegó el turno de la menor, ésta hizo como que no veía la lechuguilla y primero lavó toda la ropa, luego, todavía haciéndose la disimulada, de un manotazo atrapó las hierbas y las aventó al suelo, y la planta se convirtió en un príncipe, joven y guapo.

Como sucede en todos los cuentos tradicionales, el príncipe, al verse libre del hechizo, le propuso matrimonio a María, la cual aceptó. Sin embargo, el príncipe le dijo que, aunque ella había roto el hechizo, él debía obedecer ciertas reglas del encantamiento y, de no hacerlo, se volvería a convertir en planta. Y la primera regla era que ella no podría despedirse de su familia. Tendrían que irse de inmediato para que la familia de María creyera que ella se había ahogado. Esto, por supuesto, tendrá algunas consecuencias que, a su vez, tendrán otras más... Este cuento apenas empieza, pero ya no les puedo platicar nada más para no echarles a perder las sorpresas que irán encontrando en la lectura, que son muchas y muy interesantes.

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Los zapatos de fierro. Emilio Carballido. Ilustraciones de Carmen Cardemil. Fondo de Cultura Económica, colección A la Orilla del Viento (1a. ed. en Editorial Grijalbo, 1983; 1a. ed. en el FCE, 1998; 12a reimp. 2019). 88 págs. Existe edición electrónica.




miércoles, 22 de abril de 2020

El hombre que fue un mapa, de Ignacio Padilla





El hombre que fue un mapa
de Ignacio Padilla

Jesús Guerra

El hombre que fue un mapa, de Ignacio Padilla (1968-2016), debe de ser uno de los cuentos para niños (de unos 9 años en adelante) más interesantes que se han escrito en México. Su argumento, compuesto en realidad por varias historias entrelazadas, es complejo (pero no complicado), inteligente y muy divertido. Sus historias están hechas con los materiales de la aventura, a la que con enorme placer nos sumamos los lectores.

La historia comienza en la antigüedad, «En tiempos del Gran Microbio Peritoneo, Emperador de Todos los Guapos del Mundo», con un personaje llamado Hipotálamo de Quimera, el cual obtuvo, en circunstancias muy particulares, un «regalo de los Dioses», el cual quiso entregárselo al sabio Arquímedes, pero éste lo despreció, acto con el que, sin saberlo, puso en marcha una serie de eventos que tendrían repercusiones hasta nuestros días.

Cuando ya Hipotálamo estaba muerto, pero debido a él, los habitantes del pueblo de Quimera construyeron un enorme y complejísimo laberinto que, como todas las grandes construcciones de esa época, desapareció en algún momento y su historia se olvidó, pero no del todo pues se transformó en leyenda, la cual se fragmentó y se ramificó a lo largo del tiempo. Algunas de esas leyendas se deben a un personaje de vida azarosa llamado Bramagán Vorax.

Muchos años después, en la Edad Media, los monjes de un monasterio compilaron todas las leyendas relacionadas con el laberinto de Quimera, pero con el paso de los siglos esta información también cayó en el olvido. Sin embargo, en nuestro tiempo, un académico de Nueva Zelanda y una profesora de Islandia unen sus vidas y sus conocimientos para buscar las ruinas de Quimera.

Yo sé que, contado así, a saltos, la historia no parece tener mucho sentido, pero créanme que sí lo tiene, sin embargo, si les contara más les echaría a perder la lectura de este formidable cuento. Al leerlo entenderán, entre otras cosas, el proceso de formación de las leyendas, y se van a divertir muchísimo. Vale la pena que consulten las palabras que no conocen, incluidos los nombres de los personajes y de los lugares mencionados.

Ignacio Padilla escribió también Los papeles del dragón típico (1991), Las tormentas del mar embotellado (1997), Por un tornillo (2009) y Todos los osos son zurdos (2010).

Las ilustraciones son de Rafael Barajas, mejor conocido como el Fisgón, y son, como de costumbre, espléndidas.

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El hombre que fue un mapa. Ignacio Padilla. Ilustraciones de Rafael Barajas, el Fisgón. Fondo de Cultura Económica, colección A la Orilla del Viento. Clasificado «Para los grandes lectores». 88 págs.




jueves, 2 de abril de 2020

Inchi farofe, de Francisco Hinojosa





Inchi farofe
de Francisco Hinojosa

Jesús Guerra

Óliver Valencia es un niño de 10 años y medio y asiste a la Escuela General Piripitache. Tiene la costumbre de que a todo, absolutamente a todo lo que dice le agrega el adjetivo inchi en alguna parte y hasta más veces si la frase es algo extensa o si, según él, lo amerita. A un amigo le puede decir, por ejemplo: «Inchi Lorenzo, dame un trago de tu refresco», y a Lorenzo no le importa. Pero cuando a la niña que le gusta le dice: «Inchi Juana Margarita, ¿quieres ser mi inchi novia?», la verdad es que a ella no le suena muy romántico.

A sus papás les molesta que diga esa palabra a cualquier hora y en cualquier parte, pero sus abuelos decididamente odian que diga cosas como: «Inchi abuela, qué delicioso está tu inchi espagueti», y hasta le prohíben regresar si sigue hablando de esa manera. Y ya no hablemos de sus maestros de la escuela.

Entonces, Óliver, cansado de que lo regañen y, además, porque quiere volver a la casa de sus abuelos a comer esas delicias que prepara su abuela, tiene una ocurrencia genial: sustituir esa palabra por otra, inventada por él. Así, un día empieza a utilizar farofe en sustitución de inchi. «Farofe Juana Margarita, quieres ser mi farofe novia», le dice un día a la niña que le gusta. La verdad es que tampoco suena romántico, pero no suena insultante, más bien parece una frase exótica y algo confusa.

«¿Y se puede saber qué significa para ti inchi o farofe?», le pregunta un día su mamá. «Pues muchas cosas», le contesta Óliver, «Me la pones difícil. Puede ser que algo me guste o no, que una persona me caiga bien o mal, que el arroz que haces con zanahoria quede rico o espantoso. O sea...» Por supuesto que la mamá de Óliver no entiende gran cosa y es que la explicación de su hijo no es muy clara que digamos. En los términos de Óliver, podríamos decir que su explicación es muy farofe.

Sin embargo, por esas cosas raras que pasan en la vida, la palabrita nueva se pone de moda entre los alumnos de la escuela Piripitache. Los maestros, confundidos buscan el significado, pero no lo encuentran por ninguna parte, así que no pueden regañar a sus alumnos por utilizar una palabra cuyo significado desconocen. Más raro todavía es que el farofe uso de farofe salta de la escuela de Óliver a la gente de la calle, hasta que empieza a ser utilizada en los medios de comunicación. Óliver se queda asombrado cuando escucha un día en un noticiero que el locutor dice: «No se vayan, después de unos anuncios tenemos para ustedes las noticias más farofes del día». Y poco después aparece en el Diccionario del uso del español la siguiente farofe definición: «Farofe. Adjetivo neutro que puede significar cualquier cosa, según el hablante que la pronuncia».

A Óliver eso ya no le gusta nada, porque el autor de esa palabra es él y nadie le da el crédito que merece. Lo que Óliver no sabe es que los señores que hacen el diccionario le piden a un detective de la lengua que encuentre al autor de esa nueva palabra... El farofe caso apenas empieza, pero por supuesto yo ya no les puedo contar nada más.

Inchi farofe es, entre otras cosas, una invitación a que reflexionemos sobre el significado de las palabras que utilizamos y por qué, algo que parece claro, en realidad no lo es tanto y por eso puede producir malos entendidos.

El libro tiene muchas y estupendas ilustraciones del reconocido caricaturista Rafael Barajas, mejor conocido como el Fisgón.

Mi farofe recomendación es que consigan este librito maravilloso y divertidísimo, y lo lean de inmediato. Se van a divertir como farofes enanos.

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Inchi farofe. Francisco Hinojosa. Ilustraciones de Rafael Barajas, el Fisgón. Fondo de Cutura Económica, colección A la Orilla del Viento (1a. ed., 2019). Clasificado «para los que leen bien». 72 págs.

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