jueves, 17 de enero de 2019

Volar, de Yolanda Reyes






Volar
de Yolanda Reyes

Jesús Guerra

En un vuelo desde un país vecino de Colombia con destino a Bogotá, coinciden, en asientos vecinos, una señora (en el asiento 8A) y un niño de 10 años, llamado Juan Diego (en el asiento 8B). El niño viaja solo y ha sido encargado al personal de la aerolínea. La azafata, a su vez, le pide a la señora del 8A que, en lo posible, cuide al niño, y de ser necesario lo ayude a ponerse la mascarilla de oxígeno.

A la señora, que lleva un iPad y tiene un trabajo de escritura pendiente (además de la esperanza, hasta el último minuto, de que el asiento de al lado fuera vacío), no le hace mucha gracia el encargo, pero acepta. Teme, eso sí, que el niño vaya a ser una molestia durante el vuelo y no la deje escribir. Ella ha sido invitada a dar una conferencia en Bogotá y tiene que terminar su texto.

A su vez, a Juan Diego tampoco le hace ninguna gracia esa señora con cara de enojada que está a su lado, y menos que a ella le haya tocado el asiento de la ventanilla.

Ella tiene sus preocupaciones. Le da miedo volver. Es la primera vez que regresa a su país luego de su liberación, pues estuvo secuestrada. Juan Diego tiene sus preocupaciones propias. Va de regreso a su ciudad en donde vive con su mamá, y viene de pasar dos meses de vacaciones en casa de su papá y de su nueva esposa, la cual está embarazada y va a tener una niña. Lo cual significa que Juan Diego va a tener una hermanita, algo enigmático para el niño. Juan Diego espera que su papá le haya comunicado ya por teléfono a su mamá que Cris, su nueva esposa, va a tener una bebé. El niño no quiere cargar con el secreto y sabe que la noticia le va a doler a su mamá. Además, a él le cae bien Cris y se lleva bien con ella... Pero esas son cosas que prefiere no tener que decirle a su mamá.

En un momento del vuelo pasan por una zona de turbulencia. Tanto Juan Diego como la señora de al lado se agarran fuerte a sus descansabrazos. Ambos tienen miedo. Es inevitable en momentos así. Pero cada uno, por su lado, se da a la tarea de platicarle cosas a su vecino de asiento para tranquilizarlo, fingiendo sentir menos miedo del que en realidad sienten. Es así como comienzan realmente una conversación el niño y la señora.

Hablan de aviones, claro; de viajes... pero también de la familia, de los padres y de los hermanos, del amor, del divorcio, de perros, de animales de peluche, de la comida de dan en los aviones, de secretos. Ella le ayuda al niño a subir y bajar cosas de la mochila que va en el compartimiento superior. El niño le explica algunas cosas sobre aviones —su pasión— a la señora.

Al final del viaje tanto la señora como el niño se han dado cuenta de que tienen más cosas en común, con esa persona a la que en un principio vieron con desconfianza y molestia, de las que podían haberse imaginado, y se establece una complicidad, una amistad, un lazo de unión, por efímero que sea.

La verdad es que tienen que leer este interesantísimo relato, que es también emotivo y sumamente entretenido. Los puntos de vista de la señora y del niño están muy bien planteados, y tanto los diálogos como los pensamientos de los personajes son muy ilustrativos y divertidos.

Yolanda Reyes, la autora, es una escritora colombiana, directora de Espantapájaros, un proyecto de formación de lectores desde la infancia. Entre sus obras destacan El terror de Sexto «B» (premio Fundalectura 1994 y seleccionado White Ravens); Los años terribles, con la que obtuvo una beca del Ministerio de Cultura; Los agujeros negros (elegida para la colección Los Derechos de los Niños); y Una cama para tres (seleccionada también para White Ravens). Entre sus obras para adultos destacan Pasajera en tránsito (elegida por la revista Arcadia entre los mejores diez libros de 2007) y Qué raro que me llame Federico.  

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Volar. Yolanda Reyes. Ilustraciones de José Rosero. Fondo de Cultura Económica, colección A la Orilla del Viento. 56 págs.



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